La desesperanza no viene de ver al gobierno impotente ante el crimen, este sí, organizado y poderoso. La desesperanza para mí llega al ver que esos 72 migrantes murieron al pasar por mi país, porque se negaron a convertirse en sicarios, a pesar del sueldo que los criminales les ofrecieron.
Esas 72 caras sin nombres, esos desterrados aceptaron morir. Respetaron la vida humana más que mis hermanos mexicanos.
No sé si hay una vida más allá de ésta, pero si la hay, estoy segura que ellos se han ganado una vida mejor.
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